La historia de amor de dos vaqueros en el medio rural americano es aún materia de trabajo para el cine. Este filme, duro a la vez que fresco, trae a la memoria décadas y siglos de represión social y familiar de aquellas personas que aman a alguien de su propio sexo.
En la reciente entrega de los óscares no obtuvo el premio a la mejor película. Se optó por otro filme, posiblemente menos comprometido con el ejercicio de las libertades individuales y la acceptación de las opciones personales. Incluso, se dice, algunos académicos manifestaron su voluntad de no verla, con tal de manifestar su rechazo al fondo de su mensaje y al desarrollo de una historia frecuente, de una historia humana.
De todos modos, el hecho de que dicha historia haya llegado a obtener hasta ocho nominaciones, explica a las claras la ola de simpatía que la película de Ang Lee ha provocado en la sociedad americana, posiblemente hastiada del asifixiante exceso de neoconservadurismo.
No sé si en nuestro país se verá mucho o se verá poco. Ni tampoco sé si el debate alcanzará los niveles que, al parecer, ya alcanza en los Estados Unidos. Pero, también es cierto que no hace un año, obispos derechistas y políticos conservadores lanzaron sobre el gobierno del Presidente Zapatero las más duras diatribas por la aprobación de la ley que otorga el derecho al matrimonio a personas del mismo sexo. Y es más, aún colea algún rechazo judicial en algún punto de España.
Me provoca un cierto pánico esa actitud de la derecha, atrincherada en la postura "ultra", negando derechos y pisoteando libertades. Me angustia la idea de que puedan volver al gobierno del país y que quieran provocar una involución legislativa e institucional capaz de devolver a España a pasadas etapas de represión y de oscurantismo.
La libertad de elección de orientación sexual y el respeto de este derecho debe formar parte de la pedagogia política que se lleve a cabo en nuestra sociedad. Una pedagogía que ha de entrar en las aulas, que ha de impregnar el mundo de los medios de comunicación, que debe hacerse un lugar en la agenda política y, lo que es más importante, en la agenda de la familia. E incluso, en la agenda de reflexión de las diferentes iglesias.
Añoro el día en que la historia de estos desdichados amantes de tejanos y botas de cuero sea sólo una lejana historia, de un lejano lugar y de una lejana época.
Si pudiera elegir por ellos, y hoy puedo, apuesto por retener en mi memoria personal los fugaces momentos de felicidad que vivieron.
domingo, marzo 12, 2006
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