Antes que la vorágine del nuevo curso político en Cataluña invada nuestra agenda, quiero compartir con los lectores de mi blog ( esporádicos o permanentes) las impresiones de mi último viaje al Uruguay, el pasado mes de agosto.
El país trabaja a marchas forzadas, aunque de desigual velocidad, por dejar atrás uno de los períodos más duros de crisis económica y social: la crisis financiera del 2002 ( el corralito uruguayo). Eso es visible en muchos aspectos: en la mejora visible de la economia, en la presencia de más recursos circulantes, en un crecimiento de los márgenes de confianza de una parte de la población sobre la marcha del país y en un buen número de proyectos del nuevo gobierno que ha puesto en marcha reformas substanciales como la del sistema impositivo y la del sistema nacional de salud, para citar algunos ejemplos.
Tampoco podemos ser exitistas ante este panorama, pues al paisito le queda mucha obra por delante y a la mayoría de la población mucho sacrificio por hacer y por digerir antes de llegar a un nivel acceptable de desarrollo social.
No es lógico esperar transformaciones radicales en tan poco tiempo de gobierno ( sólo dos años y medio) en un país que tiene a un tercio de su población por debajo de los umbrales de pobreza. Hay ámbitos de gestión pública y social en que hay que hacer de todo y en muchos de ellos empezar desde cero. Pero aún así, hay cambios que comienzan a vislumbrarse : se han triplicado los presupuestos de la salud pública y de educación, han mejorado los hospitales públicos, se van recuperando puestos de trabajo en base al fomento de las microinversiones y el trabajo cooperativo ( la recuperación de la antigua FUNSA es un ejemplo, la industria del vidrio en el Cerro es otro...), la demanda energética está inteleigentement conducida, etc.
Pero aún subyace entre muchos compatriotas un sentimiento conservador e individualista que liga la mejora social sólo a la mejora de su situación personal y se extiende, en ciertas capas, la percpeción pesimista, de que el cambio no llega, o no está llegando con la fuerza y la velocidad requeridas o anheladas. Hay poca resistencia a la frustración en determinados sector y poca tendencia al cultivo de la ilusión ( a la ilusión colectiva me refiero).
He vuelto con los ojos llenos de ver nuevas cosas ( cito la excelente y emotiva película El baño del papa), pero con el espíritu un poco tocado por ese espíritu derrotista, digno si, pero de toque triste, que cultivamos los uruguayos de tanto en tanto y que no nos ayuda siempre. Es que, a la euforia extraordinaria del cambio le ha seguido la acción cotidiana, dura, intransigente de la transformación real. Parecía que no lo habíamos percibido.Y para esta segunda parte, hay que tener el alma resistente y esperanzada. Esperanzada a prueba de sacrificios.
Espero y deseo que las obras de gobierno iniciadas den sus frutos lo antes posible y que el ciclo político de la primavera y del verano arrime mejores resultados globales en lo concreto, pero también en lo subjetivo. Todos lo necesitamos: los uruguayos de dentro como las aguas buenas y mansas de primavera, los uruguayos de fuera como el sol tibio de setiembre que echamos tanto de menos en uno de los inviernos más gélidos que recordamos en el sur.
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